ElcirculodeViena

ElcirculodeViena

Mittwoch, 17. März 2010

Poesía George Trakl


HELIAN
George Trakl

En las horas solitarias del espíritu
es bello caminar al sol
a lo largo de los muros amarillos del verano.
Quedamente suena los pasos en la hierba;
pero siempre duerme el hijo de Pan en el mármol gris.

Al atardecer en la terraza
nos embriagamos de vino negro.
Rojizo brilla el durazno en el follaje.
Suave sonata, risa alegre.

Bella es la quietud de la noche.
En la oscura pradera
nos encontramos con pastores y blancas estrellas.

Cuando el otoño llega
una sobria claridad aparece en el bosque.
Caminamos tranquilos a lo largo de los muros rojos
y los ojos redondos siguen el vuelo de las aves.
Al atardecer desciende el agua blanca en los mausoleos.

En las ramas desnudas se potencia el cielo.
El labrador porta en sus manos puras el pan y el vino
y maduran apacibles los frutos en el albergue soleado.

Oh, que severo es el rostro de los muertos queridos.
Pero el alma se complace de esa justa contemplación.

Magnífico es el silencio del jardín devastado
cuando el joven novicio corona su frente
con el pardo follaje,
y su aliento bebe un oro helado.

Las manos tocan la edad de aguas azuladas
y en la fría noche las blancas mejillas de la hermana.

Tenue y armónico es un paseo
por estancias acogedoras,
donde hay soledad y entre el rumor del arce
quizá canta el tordo todavía.

Bello es el hombre surgiendo de la oscuridad,
cuando sorprendido mueve brazos y piernas
y los ojos silenciosamente giran en órbitas purpúreas.

Al anochecer se pierde el extranjero
en la negra destrucción de noviembre,
bajo ramas descompuestas
junto al muro cubierto de lepra;
donde antaño el santo hermano ha pasado,
abstraído en la suave música de su locura.

Oh cuán solitario acaba el viento de la tarde.
Moribunda se inclina la cabeza en la sombra del olvido.

Conmovedor es el ocaso de la estirpe.
En esta hora se llenan los ojos del que observa
con el oro de sus soles.

Al atardecer se hunde un timbal que ya no suena,
caen los negros muros de la plaza,
llama el soldado muerto a la oración.

Como un ángel pálido
entra el hijo en la casa vacía de sus padres.

Las hermanas partieron donde blancos ancianos.
De noche las encontró el durmiente
bajo las columnas del pórtico,
retornando de tristes peregrinajes.

Oh cuan rígidos sus cabellos llenos de limo y gusanos,
cuando él se levanta sobre pies plateados
y aquellos difuntos salen de habitaciones despojadas.

Oh los salmos en la lluvia de fuego de la medianoche.
Los siervos azotan los dulces ojos con ortigas,
y los pueriles frutos del sauce
se inclinan asombrados sobre una tumba vacía.

Suavemente ruedan lunas amarillas
sobre las febriles sabanas del adolecente,
antes del silencio invernal.

Un destino sublime desciende meditando el Kidrón,
donde el cedro, tierna criatura,
se despliega bajo las cejas azules del padre.
Por la llanura un pastor guía de noche su rebaño.
Hay gritos en el sueño
cuando un ángel de bronce
aborda al hombre en la floresta,
y la carne del santo en ardiente parrilla se derrite.

Por las cabañas de adobe surgen purpúreas vides,
sonoras gavillas de amarillenta mies,
el zumbido de las abejas, el vuelo de la grulla.
Al atardecer se encuentran los resucitados
en los caminos rocosos.
En negras aguas se reflejan los leprosos
o rasgan sus vestiduras manchadas de inmundicia
llorando al viento balsámico
que sopla de la colina rosada.

Muchachas esbeltas tantean por las calles nocturnas
anhelando a su pastor enamorado.
Los sábados suena en las cabañas una dulce canción.
y se evoca también el canto, memorial del muchacho,
su delirio las cejas blancas y la partida,
del cadáver que abre los ojos azulados.
Oh, qué triste reencuentro.

Los peldaños de la locura en negras habitaciones,
las sombras de los mayores bajo la puerta abierta,
cuando el alma de Helian se mira al espejo rosado
y nieve y lepra caen de su frente.

En las paredes se apagan las estrellas
y las figuras blancas de la luz.

Del tapiz surgen los esqueletos de las tumbas,
el silencio de cruces derruidas en la colina,
la dulzura del incienso en el viento purpura de la noche.

Oh, quebrados ojos en el fondo de negras cavidades,
saben que el nieto en dulce tiniebla
medita solitario en el más oscuro fin,
esperando que el Dios silencioso
baje sobre él los parpados azules.

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