ElcirculodeViena

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Mittwoch, 16. November 2011

ALPHONSE DE LAMARTINE (1790-1869)


Lamartine, por Gerard (Museo de Versalle)


AISLAMIENTO


A menudo en el monte, bajo algún viejo roble
viendo el sol que se pone tristemente me siento;
dejo que todo el llano mis miradas abarquen,
el cambiante paisaje que se extiende a mis pies.


Aquí el río con olas espumosas murmura,
serpentea y se pierde en oscuros confines;
allí inmóvil el lago es un agua dormida,
en la estrella de Venus adornando su azul.


En la cima, que bosques muy sombríos coronan,
el crepúsculo pone su fulgor postrimero;
y el brumos carruaje que conduce las sombras
emblanquece, elevándose todo el amplio horizonte.


De la gótica flecha surge entonces un son
religioso que invade todo el aire; el viajero
se detiene y escucha la campana que mezcla
a los últimos ruidos de aquel día su canto.


Pero halagos así no conmueven mi alma,
que parece insensible incapaz de emoción
y contemplo la tierra como un vago fantasma:
no calienta a los muertos este sol de los vivos.


De colina en colina pongo en vano mis ojos,
Desde el norte hasta ek sur, de la aurora al poniente,
Y me digo: “no existe ni un lugar en el mundo
Donde pueda pensar que me espera la dicha.”


¿Qué me importan los valles, los palacios, las chozas?
Sus encantos son vanos, para mi nada cuenta.
Ríos montes y bosques, soledades amadas,
sólo un ser está ausente y todo es un desierto.


Mirare indiferente los caminos del sol,
qué mas da si en su inicio o en su parte final;
si se pone si se nace entre nubes o azul,
¿a mí el sol qué me importa? Nada espero del día.


Si pudiera seguirle a su larga carrera
por doquier yo veía el vacío y el páramo.
Nada quiero de todo lo que el sol ilumina,
nada quiero tener del inmenso universo.


Mas tal vez más allá de su curva celeste,
donde el sol verdadero otros cielos alumbra,
si pudiera dejar mis despojos aquí
lo que tanto e soñado se mostraría a mis ojos.


allí me embriagaria en la fuente deseada
y volviera a encontrar esperanza y amor,
ese bien ideal al que aspiran las almas
y que no tiene nombre aquí abajo en la tierra.


¡Si pudiera en el carro de la aurora elevarme,
vago fin de mis ansias, en el cielo hasta ti!
¿Por qué aun sigo atado a esta tierra de exilio?

Entre la tierra y yo nada existe en común.

Cuando la hoja del bosque cae sobre los prados,
cuando el viento nocturno la arrebata a los valles,
yo quisiera ser también hoja caída:
¡Arrastradme como ella, aquilones, borrascas!


Tomado del libro: Poetas románticos franceses. Por Carlos Pujol. Editorial Planeta, 1990. España.

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