Hernando García Mejía 1940
“La poesía de García Mejía es diáfana, sincera y vigorosa. Iluminada por una sangre nueva rafaguean en ella la riqueza metafórica, la precisión verbal y un radiante escalofrío lírico”.
José Gers
Milonga de Borges
Borges no ha muerto, señores.
Se me hace fabulación
que esté enterrado en Ginebra,
llorado por su canción.
Borges no ha muerto, repito.
Quien está enterrado, acaso,
es el doble, el otro, aquel
con quien soñaba al ocaso.
El otro, sí, no hay disputa,
que observaba en los espejos,
un cuchillo la mirada
y un adversario no lejos.
Borges sabía que era
el gaucho y el escritor,
Don Segundo y Martín Fierro,
gentleman y payador.
Y más que escribir soñaba
—piensa y opina el lector—
que la sangre y el ancestro
le ordenaban lo mejor.
El que en Ginebra descansa
—hueso frío y polvo lento—
no es el hijo de Leonor
sino un jinete del viento.
Alma al sol quemante y duro,
Francisco Borges, abuelo,
desde Junín le indicaba
el coraje por desvelo.
Metido en su laberinto,
cantando al tigre temido,
¿quién negará que anheló
ser su garra y su rugido?
En la espiral de su vida
había una estrella: el valor.
¡Y cómo brillaba siempre
en milongas del honor!
Manuel Flores y Chiclana,
Ño Calandria y Juan Muraña
le dieron su valentía
en entreveros de hazaña.
La flor de los cuchilleros
lo acompañó en el cantar
y el mito de sangre fiera
tuvo en su alma un altar.
Ahora nos da por pensar
que en toda su travesía
no fue más que aquel mocete
que a Don Segundo seguía.
Ahora nos da por creer
que aquel ciego de Florida
si alguna cosa veía
era el acero y la herida.
Borges, insisto, no ha muerto.
Quien yace en la tumba aquella
es el otro, el cuchillero
que fue por siempre su estrella.
Borges, Flores y Chiclana,
Borges, Calandria y Muraña,
uno y todos, yace allí
en esa su tumba extraña.
El otro, no: el fabulista
sigue viviendo su historia
en cada lector del mundo,
limpio de ruindad y escoria.
Borges no ha muerto, señores.
Lo asegura quien ahora
abre sus libros y siente
su renacer y su aurora.
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